Cita:

"La dureza de los ricos justifica el mal comportamiento de los pobres"
(Marqués de Sade)

lunes, 26 de septiembre de 2016

Todo cambia, se transforma.

Hace cien años, la morenez estaba mal vista. Era un signo de pobreza, de trabajo manual y a la interperie y no molaba nada. La Marbella de la época era San Sebastián, con su verano cantábrico y tibio. Las señoras usaban sombrillas para escabullirse del sol y conservar incólume su palidez. Hoy, la palidez está mal vista. Es un signo de poco poder económico para poder escaparte a las playas mediterráneas a torrarte cual lechazo. La Marbella de la época es Marbella, en el sur; hace cien años, poco menos que un pueblecillo de pescadores, lleno de moscas.
                                       Clases populares, principios siglo XX.    

Hace cien años la delgadez estaba mal vista. Era un signo de pobreza, por no poder acceder a las proteínas de la carne, de la leche, de los huevos; a las vitaminas de la fruta fresca, y de las hortalizas. Los pobres restaban delgados, por las jornadas agutadoras de trabajo, por tener que mantener a una extensa prole y por una dieta a base de patatas, berzas y nabos, alguna legumbre y algún fiambre. Hoy la delgadez es un signo de estatus económico medio-alto. Si estas delgado es que gozas de suficiente poder adquisitivo y tiempo, para dedicar a tu cuerpo. Si estas delgado es que tienes suficiente poder adquisitivo y tiempo para alimentarte mediante una dieta equilibrada, y no de comida basura, rica en proteínas y grasa y, barata, muy barata.
                                         Clase media-alta, principios siglo XXI

Hace cien años el vestir de manera impoluta era un arte, sólo destinado a las capas más pudientes de la sociedad. Los harapos, los remiendos, las ropas desgastadas y de segunda mano, los rotos, eran signo de condición obrera. Hoy en día es todo lo contrario. El roto, el desgastado, el parcheado, la pana, el cuadro de leñador, es signo de independencia económica, de modernidad, de estatus medio-alto.

Hace cien años la barba, el pelo, la higiene en general, era síntoma de estatus medio-alto. Hoy no. Hoy la barba hasta el antepecho y la pinta de haber estado pidiendo a las puertas de una iglesia a la salida de misa de doce, es lo guay. El ir barbilampiño, rasurado, afeitado, con un corte de pelo aceptable es un síntoma de condición servil: camarero o dependiente, trabajador de cara al público y mal pagado, vaya.

Hace cien años los locales de restauración y hostelería de alto copete, aparecían en las fotografías de las revistas de la época, impolutos, limpios, con grandes ventanales por los que se introducía la luz natural, grandes arañas repletas de bombillas, mesas limpias, bien alineadas, vestidas con la mejor mantelería, adornadas con las mejores critalerias, y con las porcelanas más finas. Hoy no. Hoy parecen las antiguas fondas de hace cien años, oscuras, austeras, desaliñadas, con las mesas sin mantel, lámparas con la bombilla desnuda o apenas cubiertas por un cartonaje, con una silla de cada color y de cada modelo y tamaño, simulando las austeras fondas y tabernas donde los pobres de hace cien años ahogaban la pena.

Fijense, que incluso el automóvil, antes tan ansiado por las clases populares, antaño signo de poderío y estatus económico, se ha convertido en una rémora, y ahora lo chic es ir en bicicleta a todas partes. ¡Qué cosas!...

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