Tras las últimas elecciones celebradas en Bélgica, se ha puesto de manifiesto su ruptura en dos pedazos. Se veía venir. El Sur valón y el Norte flamenco, conviven desde hace decenios, a la fuerza. Es paradójico, que la capital de la Unión Europea, Bruselas, sea al mismo tiempo la capital de la desunión belga.
Un estado, el belga, que no tiene ni dos siglos de vida, como país independiente.
Algunos, intentan arrimar el ascua a su sardina, importando el triunfo electoral de los independentistas flamencos, y su intención de transformar el país en una confederación, a nuestra patria.
Ni España es Bélgica, ni Bélica es España. Bélgica es un país, un estado, dividido en dos comunidades nacionales, la flamenca; al Norte hermanada lingüísticamente con la holandesa y, la segunda; la valona, cn Francia.
Cuando el nacimiento de un estado, se produce de manera artificial, como respuesta a intereses de terceros, cuando no hay cimientos, suele ocurrir lo que le está pasando a los belgas. Por mucho que se empeñen, nuestros nacionalistas periféricos anti-españoles, España, como digo, no es Bélgica, ni Checoslovaquia, ni Yugoslavia, ni la URSS. España, es España y, su nacimiento, fue debido a la voluntad de todos los reinos en los que entonces se dividía la Península, herederos de la Hispania romana, latinos, cristiano-católicos.
Justamente, la linea lingüística que divide a los belgas, es la linea, casualidades de la historia, hasta la que llegó la conquista romana de Julio Cesar en esa parte de las Galias. Al Norte de la, hoy ciudad de Bruselas, se encontraban ya las tribus germanas. ¿Curioso, no? De Bruselas hacia el Sur, se habla una lengua latina; el francés. Hasta allí, llegó la civilización romana. Dos mil años después, esa linea hasta donde llegaron las legiones de Cesar, sirve para separar a los belgas.
Que no nos confundan. Allá los belgas si quieren hacerles el "caldo gordo" para su división, a los que desde fuera patrocinaron su unión.
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